La tormenta | Cuentos por entregas #2
La segunda y última entrega del cuento ‘La tormenta‘. Ya tenía pensado como iba a terminar la historia cuando la empecé. Espero que te guste el final o si no, como te gustaría que hubiera terminado.
Si te gustan los cuentos tengo varios ‘Cuentos por entregas‘ y ‘Cuentos breves‘ a los que les puedes echar un vistazo.

La tormenta
Siguieron por la carretera, había un par de coches parados en medio con las puertas abiertas por lo que no podían continuar, así que él dio un volantazo y giró para cruzar por el parque que estaba enfrente del colegio. Había un carrito de bebé aparcado.
—Espera un momento —dijo ella —¿y si hay un bebé?
—¿Crees que se habrán dejado un bebé olvidado?
—No sabemos lo que ha pasado aquí, así que solo quiero comprobarlo. Será solo un momento.
No había bebé en el carrito, lo que les alivió y asustó al mismo tiempo.
El parque también parecía encantado. No era normal que, como en el patio del colegio, no hubiera ningún niño jugando, riendo y gritando. Se les pusieron los pelos de punta.
El viento trajo consigo un desgarrador grito que venía de todas partes a la vez, y después, la tormenta lanzó una serie de rayos y truenos, ambos se miraron y se metieron de nuevo en el coche. Les daba la sensación de ser observados, no paraban de mirar a todos lados, esperando encontrarse con alguno de los habitantes del pueblo.
Había más coches parados en la carretera, como si todos hubieran salido corriendo de repente, dejándose todas sus cosas para salvar la vida, aunque ¿no hubiera sido mejor huir en coche?
A lo lejos vieron humo, uno de los coches estaba en llamas. El olor de los neumáticos quemados les hizo toser a pesar de tener las ventanillas cerradas.
A ella le dio otro mareo, así que colocó la cabeza entre las piernas.
—Es la tormenta, es la maldita tormenta.
—¿Han huido todos por la tormenta?¿quieres decir eso?
—No estoy segura de si han huido o…
No le hizo falta continuar, vieron una persona tirada en la acera, le salía humo del abrigo negro.
Cuando ella fue a bajar del coche un rayo cayó justo a su lado. Saltó a un lado y terminó en el suelo, se arrastró hacia el hombre tirado en el suelo y gritó. Sus ojos no estaban, al otro lado solo había unos agujeros negros que parecían suplicar. Su boca estaba abierta en una mueca de dolor.
—¡Entra!¡joder!¡la puta tormenta!—gritó su hermano desde el coche.
Ella se levantó y varios rayos la siguieron hasta el coche. Él aceleró y se llevaron varios cubos de basura por delante, pasaron por encima de una bicicleta que estaba tirada en medio de la acera y continuaron por la carretera. Ahora que podían sortear los choches parados, se llevaron varias puertas por delante mientras huían de la tormenta, que seguía lanzando rayos a sus espaldas. Lo veían a través de los espejos retrovisores.
—Esto es una locura—dijo él. Tenía gotas de sudor en la frente.
Continuaron sorteando coches parados mientras detrás veían salir humo de algunos de los vehículos incendiados por los rayos. Parecía un paisaje del Apocalipsis.
Estaban ya llegando al otro límite del pueblo cuando casi atropellan a un parroquiano que había salido de la nada. Iba corriendo de un lado para otro y al verles se echó encima del coche.
Abrieron una de las puertas de detrás y le dejaron subir.
—Hay un refugio.
Señaló la montaña que estaba enfrente, y en donde la tormenta se había acumulado. Miraron hacia el cielo sobre su cabeza, y todavía había nubes, pero los rayos tan solo se veían a lo lejos. Estaba descargando su furia ahí arriba. Ambos temblaron.
—¿No sería mejor marcharnos?—preguntó ella.
—No es posible. Hay árboles caídos a la salida y muchos coches apiñados, de los que han intentado huir. Es imposible marcharse en coche.
—Pero ¿Cómo vamos a llegar hasta ahí?—dijo el hermano, visiblemente agitado.
—Se puede entrar por el bosque con el coche, a la derecha hay un camino que lleva directamente a la cueva. Es donde están todos.
—¿Ha logrado llegar mucha gente?
—Si, desgraciadamente hemos perdido a muchos amigos, pero todavía quedamos algunos escondidos en las montañas. Allí la tormenta no nos puede alcanzar. Yo he salido a buscar comida y a ver si había alguien por aquí.
El hombre, que tenía aspecto de profesor de matemáticas, al menos a los hermanos les recordaba a su profesor del instituto, el señor Ramirez, les guió a través del bosque, en aquella carretera de barro hasta que llegaron a una cueva a los pies de la montaña. Temían atascarse con ese coche tan pequeño y con la tierra tan húmeda de las tormentas. Y la tormenta. Les había dejado tranquilos en cuanto ese hombre había entrado en el coche.
—¡Corred!—dijo el hombre antes de salir corriendo hacia la cueva.
De repente, ella tuvo otro mareo, uno todavía más fuerte. Empezó a ver todo borroso y de color morado. Como si llevara unas gafas de ese color, unas gafas psicodélicas, como de tienda de broma.
Salió por la puerta y antes de llegar a la cueva gritó al ver a una mujer totalmente calcinada en la entrada.
—Ella no pudo llegar, pero tú si podrás—le gritó el hombre desde la cueva.
Los rayos caían a su alrededor, dejando pequeñas estelas de humo.
Había algo extraño en aquella mujer, algo que no le encajaba. Cuando llegó al refugio se dio la vuelta y la miró de nuevo. Todavía sentía esa náusea subir por la garganta, y casi vomita al darse cuenta de que aquella mujer no estaba buscando refugio, estaba huyendo de él.
Fue como si un rayo hubiera caído sobre ella, iluminando su camino y cegándola al mismo tiempo.
Vio como su hermano seguía al extraño a través de aquella oscuridad, quería gritarle que debían volver al coche, que lo peor no era la tormenta. Que sabía que alguien de ahí dentro la había convocado, alguien que les necesitaba, que les quería aterrorizados y metidos en aquella cueva.
Paralizada por el miedo, notó una vibración, sabía que su hermano la llamaba pero no se podía mover. Miró de nuevo hacia la tormenta y pudo ver como la nubes se convertían en un rostro humano, un hombre con barba, que la miraba con ojos furiosos y que veía lo que le estaba pasando por la mente. Y le mandó un mensaje muy claro: No les dejaría escapar, nunca saldrían de la cueva, si huían no llegarían muy lejos. Como los demás. Le envió imágenes de gente huyendo horrorizada, eran de todas las épocas, edades y condiciones. Personas alcanzadas por el maligno rayo que morían carbonizadas y bajo intensos dolores.
No había nada que pudieran hacer, ya estaban condenados, serían sacrificados de un modo u otro. El dios de la tormenta es cruel y sanguinario.
Entonces la nube abrió la boca y de ella salió una risa como truenos que hizo que el mundo entero temblara. Era solo el principio. Y lo peor de todo es que el pueblo lo sabía, y era cómplice de la barbarie, siempre lo había sido, desde tiempos inmemoriales. Todo para saciar la sed del dios de la tormenta.
Se dio cuenta de que, efectivamente, nada podía hacer y vio su destino y el de su hermano. El horrible destino que les esperaba en la oscuridad y el silencio bajo la montaña. O bajo el ruidoso cielo sobre sus cabezas.
Quizá hubiera todavía esperanza bajo aquel oscuro cielo, quizá ella podría encontrar una salida. Lucharían hasta el final, hasta quedarse sin aliento. No se dejaría vencer por el miedo que le atravesaba en cuerpo como una espada. No les dejaría ganar.
El dios la miró de nuevo.
Entonces ella gritó y su mundo se volvió negro.
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