Halloween apesta #3 | Cuentos por entregas

Publicado por Aran en

Última entrega de mi cuento por entregas especial Halloween, con los protagonistas de «Odio a Todo el Mundo: Diario de una perdedora«, mi primera novela.

Espero que te guste y que me cuentes que te ha parecido.

Por si no has leído los otras partes: primera parte y segunda parte.

¡Un abrazo virtual!

Halloween apesta

Halloween apesta

Mi corazón se acelera mientras trato de deshacerme de la inquietud que se ha instalado en la boca del estómago. La yuxtaposición de la serena escena de la mañana y la horrible escena que se desarrolla en la pantalla solo amplifica la sensación de pavor que me ha envuelto. No puedo evitar preguntarme si hay algo más en este extraño parecido entre nuestro Bateman y el personaje ficticio. A medida que las nubes afuera se vuelven más espesas y la habitación se ve envuelta en una oscuridad espeluznante, no puedo ignorar la sensación persistente de que algo siniestro está a punto de ocurrir. 

Pero cuando llego al trabajo después todo parece normal, digo normal por que alguien ha puesto la tele en la nueva sala de personal —si, tenemos nueva sala de personal con cafetera, nevera, microondas, mesas, un sofá algo mugriento que alguien rescató de la basura de la tienda de muebles de al lado y un tele gigante que alguien del super iba a tirar o algo así— y lo que veo en las noticias me deja helada, con la taza de café a punto de tocar mi boca. 

Ha desaparecido una chica, una universitaria a la que vieron haciendo auto stop hacía cuatro días. Suena a película de terror ¿verdad? Y esa sensación de desasosiego que me acompaña desde ayer se acentúa, como un globo la que todavía le falta aire para explotar, pero que está a punto. Algo así, no se como explicarlo.

Mis compañeros parece que no le están prestando atención a la televisión y yo me siento sola, en mi propia burbuja de ansiedad y paranoia creciente. 

No puedo sacarme de la mente la imagen de la chica desaparecida, su rostro aparece en cada canal de noticias cuando quiero cambiar de canal y olvidar que ha ocurrido. El inquietante silencio en la sala sólo aumenta mi inquietud, como si los demás evitaran el tema a propósito. Es como si todos fueran parte de un secreto del que no estoy al tanto, y el aislamiento dentro de mis propios pensamientos se vuelve asfixiante. Miro a mi alrededor, buscando desesperadamente algún tipo de consuelo o conexión, pero todo lo que veo son miradas en blanco y expresiones distraídas. Es como si fuera la única que comprende la gravedad de la situación. Y me da miedo. 

Pluma aparece todo feliz, saltando de un lado a otro como un cervatillo, aunque cuando me ve, se para de repente. Sus ojos azules ahora me parecen enormes.

—Tienes cara de fantasma, no de haber visto uno, si no de ser uno —me dice.

Yo señalo la televisión con la cabeza y el la mira con indiferencia, hay una reportera en las inmediaciones del lugar donde vieron a la universitaria por última vez —lo que siempre dicen, aunque ¿cómo saben que la vieron ahí por última vez? ¿y si alguien la vio después? No sé, por ejemplo, el psicópata—: la cafetería de una gasolinera. 

—¿No ves lo que yo veo? —le pregunto, su indiferencia me está poniendo nerviosa. 

—Una chica desaparecida, vaya novedad. Como si no fuera algo que ocurre todos los días.

—Eso no lo hace menos horrible. —digo, frustrada por su falta de empatía. 

Se encoge de hombros y su desinterés es evidente en su respuesta. 

—Es sólo otra noticia más. La gente desaparece todo el tiempo y la mayoría de ellas nunca son encontradas. 

Sacudo la cabeza, incapaz de comprender su insensibilidad. Puede que sea una forma de protegerse, de no pensar que una vez su madre estuvo también en las noticias por ese mismo motivo hace muchos años. 

—Pero esta chica podría estar en algún lugar, asustada y sola. Tenemos que hacer algo, no podemos simplemente ignorarlo.

—¿Qué podemos hacer nosotros? —cuando hace la pregunta se me enciende la bombilla y él puede verlo en mi cara. 

—Ir a la policía y decirle que la tiene el tío ese de la casa…el que nos disparó a Bateman y a mi. 

—Si claro, seguro que hacen algo con ese paleto. 

—Pues iremos a mirar, nosotros. 

—Eso es mas emocionante. 

—Y mas estúpido. Podría matarnos. 

—O podríamos encontrar a la chica desaparecida y hacernos famosos. 

—Hacerse famosos es lo de menos. No quiero ser famosa, bajo ningún concepto.

—¿Por qué? Yo solo veo ventajas en la fama, la gente te adora, consigues cosas gratis, ganas mas dinero…

—Tu solo estás viendo el lado positivo…

—¿Es que hay algo negativo? 

Suspiro. 

—¿Conoces a Britney Spears?

—Pues claro, todo el mundo la conoce. Incluso tu, que nunca escuchas su magnífica música —me dice con confusión en su cara. 

Pero no se por que estamos hablando de esta chorrada cuando tenemos que empezar a trabajar en dos minutos. 

—No es oro todo lo que reluce —le digo.

—Pues a mi me encanta todo lo que brilla, sea de oro o no. 

Cuando terminamos nuestra jornada laboral salimos en su coche y nos vamos a pedir algo de comer a un McDonald’s, no le hemos dicho a nadie lo que pretendemos hacer, cosa que siempre hacen los personajes estúpidos de las películas de terror, esos que deseas que mueran ya que no les echarás de menos. 

Mientras nos comemos la hamburguesa en el coche, Pluma ha puesto uno de sus discos favoritos, Reputation de Taylor Swift y a mi me gustaría quedarme sorda para que no tener que aguantar a Pluma cantando sobre todas las canciones con la boca llena de comida. Es repugnante. 

Pero eso no era lo importante, lo realmente crucial es lo que estamos pensando en hacer. 

—Creo que es la peor idea que hemos tenido en toda nuestra vida. 

—Vamos a ser héroes. Todo el mundo nos adorará. 

—Quizá acabemos muertos y enterrados en el patio trasero del paleto ¿no has pensando en esa posibilidad? 

—Claro que lo he pensado, pero nosotros somos los protagonistas, las últimas chicas, las supervivientes. 

Niego con la cabeza. 

—Solo puede quedar una.

—En Scream hay dos.

—¿Ahora eres un experto en películas de terror? 

Se encoge de hombros. 

—No, pero he visto suficientes películas para saber que el asesino siempre acaba con una de las chicas excepto en Scream.

—En este caso será lo mismo.

—¿Por qué?

—Porque vamos a ser nosotros los que matemos al asesino.

Lo digo con una seriedad que Pluma empieza reírse con la boca llena de patatas fritas mientras, de fondo, Taylor Swift canta sobre la venganza. 

—¡Joder no! No vamos a matar a nadie. No somos asesinos. 

Pluma deja de reírse y me mira con expresión seria. 

—¿No creerías que quiero matar a alguien y morir en el intento? —me pregunta. 

—Contigo nunca se sabe. 

—Se que no vivimos en una película, por que si no, yo sería un personaje secundario. Alguien sin importancia, que solo sale por detrás en el videoclub o en el campus, y eso es lo que me mataría lentamente. 

—Yo también sería un personaje secundario. No te creas tan especial. 

Me da un codazo y yo grito en broma, aunque un enorme peso se deposita en mi estómago y no es de las patatas fritas que me acabo de comer. 

Mientras estamos en el aparcamiento nos llegan varios mensajes. El mío es de Bateman, que tenía hoy el día libre.

“Acabo de ver las noticias ¿crees que podría…? no sé, quizá estoy paranoico”

No le respondo. Una sombra se ha posado sobre nosotros. Sobre todo Desesperación. 

—Karina quiere saber que estamos haciendo ¿se lo digo?

—¡No! Nadie tiene que saber lo imbéciles que somos. Aunque a estas alturas ya deben de intuirlo. 

—¡No me hagas reír mientras bebo! —grita mientras se ríe después de haber expulsado toda la Coca Cola de cereza por la nariz. 

—Solo vamos a echar un vistazo. Nada mas. En eso estamos de acuerdo ¿verdad?

—Pues claro ¿crees que después del trabajo voy a clases de tiro? Y por cierto, ya que lo digo, necesitaríamos un arma. 

—Entonces si que acabaríamos muertos, los dos y por accidente. Es una idea muy estúpida. 

—Y encontrarían nuestros cuerpos en mi coche lleno de restos de comida y eso no me gustaría nada. 

—Menos mal que estamos de acuerdo. No me gustaría tener que matarte yo misma. No sabría como esconder el cadáver. 

—Eres muy graciosa cuando quieres, por que yo podría hacer lo mismo. Y se que Karina me ayudaría a deshacerme de ti sin hacer preguntas. 

La conversación está tomando un cariz que no me gusta. Aunque se que estamos bromeando, todavía tengo esa extraña sensación de paranoia. Si Pluma fuera un asesino en serie no me lo diría, los asesinos no lo van anunciando por ahí, no llevan un neón que les señala, por eso todo el mundo cree que están ante un buen vecino/marido/compañero de trabajo…y nunca se creen las noticias cuando las ven. 

—Era broma —me dice cuando me quedo en silencio, con mi bebida casi terminada en la mano. 

—Lo sé, lo mío también. No hacía falta decirlo.

—Estás muy rara últimamente. Y desde antes de incidente con el paleto. No te creas que no lo he notado. 

—No se de que me hablas. 

—Te pasa algo aunque se que no me lo dirás. 

—No me pasa nada ¡no te pongas pesado! 

Todo parece normal a nuestro alrededor, veo la M gigante brillando en la noche junto con una luna creciente al lado que le da un aire tétrico. Veo gente entrar en el restaurante, como si fuera un día normal. Y no puedo evitar preguntarme donde estará esa chica, si está bien o…no puedo pensar en la otra posibilidad. No recuerdo su nombre, sin embargo, no puedo olvidarme de su cara. Y también no puedo evitar acordarme del Lobo, aquel asesino en serie que aterrorizó a nuestra pequeña población hace unos cuantos años y al que nunca cazaron. Me pregunto si será la misma persona u otro psicópata. 

En realidad no suelo acordarme de esto, y siempre pienso que este lugar es un muermo. Un muermo en el que han ocurrido cosas horribles. 

—¿Te ha invitado Bateman a su fiesta de Halloween?

Así que al final la va a hacer. 

—Si, no, me dijo algo. 

—¿De que te vas a disfrazar?

—No voy a ir, y menos disfrazada. 

—¡No seas tan aburrida! 

—Que no me gusten las fiestas de mierda no significa que sea aburrida. 

—Estás de mal humor ¿tienes la regla?

Estoy a punto de darle un puñetazo en toda su cara de muñeco diabólico.

—No tendría que haber dicho eso, vienes así de fábrica. 

—Gracias por el cumplido, capullo. 

—Creo que estamos hechos el uno para la otra ¿no crees?

—Totalmente. Somos almas gemelas. 

No reímos y la tensión que se palpaba dentro del coche de Pluma Blanca desaparece como humo. Sin embargo, esa sensación que tengo desde hace días no lo ha hecho, sigue ahí, acompañándome como si tuviera un collar hecho de menhires. 

La odio con toda mi alma. 

El día siguiente me despierto otra vez con esa extraña sensación que no puedo explicar. No creo que la gente tenga poderes místicos y toda esa mierda, aunque estoy empezando a creer que hay algo ahí, algo que no llegamos a comprender del todo, algo oscuro y tenebroso. Y eso es lo que estoy sintiendo. 

Ese día en el supermercado todo parece igual que siempre, todavía no se ha caído la fachada normalidad. La gente sigue comprando priva como si se acercara el fin del mundo, aunque, pensándolo mejor, es lo que estamos presenciando cada día. Todo se está yendo a la mierda ante nuestros ojos, como un castillo de naipes golpeado por una ventisca. Lo ves caer y da igual lo que hagas, se derrumbará. El mundo arde a nuestro alrededor y nosotros seguimos echando gasolina y bailando entre las llamas. 

Odio ser tan pesimista, pero está en mi naturaleza. Lo que veo a mi alrededor no ayuda, pero se que aunque cambiaran mis alrededores yo seguiría siendo igual. Allá donde vayas, siempre vas contigo mismo, o algo así.

Bateman parece muy contento, como es habitual en él. Pluma Blanca y Karina siempre están felices, aunque por dentro se estén muriendo, su cara siempre estará fresca como una lechuga. Usan maquillaje para eso. 

El caso es que mi jefe se ha enterado, obviamente, de lo que ocurrió con el paleto y quiere hablar con Bateman y conmigo después del trabajo. Yo no quiero hablar de ello de nuevo, pero no me queda otra. 

—¿Cómo estáis? —nos pregunta cuando nos sentamos en las viejas sillas de su despacho. 

—Bien, perfectamente, —responde Bateman. 

—Bien, —digo con indiferencia. 

—Eso no tendría que haber pasado, me dijeron que había disparado al aire, no a la furgoneta, aún así, os debe una disculpa por haberos disparado de esa manera. Solo estabais haciendo vuestro trabajo. 

—No hace falta, —respondo. 

—No, ya no importa. Pero no vamos a volver a llevarle el pedido. Al menos yo —dice Bateman. 

—Por supuesto, no tiene permitida la entrada aquí y ninguno de nosotros volverá a llevarle nada. Si necesitáis unos días, por favor, no afectará ni a vuestro sueldo ni a vuestro trabajo. 

Negamos con la cabeza y damos las gracias como buenos empleados. El jefe nos ha preparado una cesta con productos del supermercado como recompensa. Reconozco que es un detalle, aunque sea de mierda. Debería poner una nota con algo así como “Me alegro de que no te hayan matado. Sigue trabajando. Con cariño, el jefe”.

Si las compañías pudieran resucitar a sus empleados para ponerles a trabajar, lo harían sin dudar. Algunos ya somos como zombies de todas maneras. 

La cesta pesa demasiado, así que Bateman se ofrece a llevarme a casa. Está obsesionado con llevarme a casa. 

Le digo que no quiero hablar, aunque me dice lo de la fiesta de Halloween, y otra vez, que podemos hacer algo juntos y todo eso. 

Mientras conduce, mi mente se agita con pensamientos sobre lo que podría estar acechando en las sombras de esta ciudad aparentemente pacífica. Me pregunto si los extraños sucesos que han tenido lugar recientemente están relacionados con la oscura historia de la ciudad, y si hay algún tipo de fuerza malévola actuando. Eso, y que he visto muchas películas de terror últimamente. 

Cuando por fin llegamos a mi casa, no puedo evitar la sensación de inquietud que se ha apoderado de mí. Al salir del coche Bateman me ayuda a llevar la cesta a la cocina. Me alegro de que mis padres no estén, así no harán preguntas. Aunque se que mi madre preguntará por la cesta, y le diré que se la han regalado a todos los empleados. Una mentira piadosa. 

Cuando Bateman se va, me despido desde la puerta y veo una figura acechando en las sombras, en los árboles de la casa de enfrente, está observándome. Mi corazón se acelera al darme cuenta de que puede que no esté a salvo, ni siquiera en mi propia casa.

Me apresuro a entrar y cierro la puerta con pestillo tras de mí, pero la inquietud y el miedo siguen carcomiéndome. Miro por la ventana y veo que la figura ha desaparecido, aunque mi sensación de temor no. Corro la cortina, como si eso me fuera a proteger del asesino que acecha en las sombras. Suena el teléfono y pego un bote. 

“Esto no es Scream, me digo. Yo no soy Casey. Ni siquiera me parezco un poquito”, pienso mientras escucho el puñetero teléfono que no deja de sonar ¿quién sigue usando los fijos? ¿se creen que lo voy a descolgar? Pero descuelgo, ya que la curiosidad me está matando.

—¿Cuál es tu película de terror favorita? —dice una extraña voz al otro lado. Es Friki. Se le nota a la legua, pero decido seguirle el juego un poquito. 

—No veo películas de terror, pregúntame otra cosa, —respondo. 

Se queda un momento en silencio. 

—Se que estás mintiendo. Respóndeme o morirás. 

—Las noticias ¿estás contento? 

Se empieza a reír y su voz cambia. 

—Siempre me arruinas las bromas. 

—¿Cómo es que tienes este número? Creo que este teléfono no ha sonado en años. 

—Estaba en una antigua parada de autobús al lado de la foto de la cara de tu madre. Creo que ese anuncio lleva ahí como quince años. 

—Me extraña que mi madre no lo haya cambiado.

Seguimos hablando durante un rato mas mientras yo miro a la oscuridad que nos acecha fuera. Me parece ver una sombra moviéndose entre los árboles del jardín trasero, pero no estoy segura y no quiero encender las luces de seguridad por si acaso hay alguien. En una película ya habría muerto. 

Sé que necesito descubrir la verdad que se oculta tras los extraños sucesos de esta ciudad, pero también sé que puede ser peligroso. El recuerdo del Lobo y los demás horrores que han ocurrido en esta ciudad pesan mucho en mi mente, y me pregunto si estoy sobrepasando mis límites, si me estoy volviendo loca o hay algo mas. 

Y puede que me convierta en la última chica. 

Pluma y yo hemos quedado al anochecer para ir a casa del paleto, se que es una idea absurda, se que merecemos que nos disparen por gilipollas. Soy consciente del riesgo. 

Cuando Pluma me recoge en su enorme coche no puedo evitar reírme de sus pintas, se ha puesto un chaleco lleno de bolsillos, unos pantalones anchos también llenos de bolsillos y lleva una gorra, y es de noche. 

—¿Qué te parece tan gracioso? 

—¿A dónde crees que vamos? ¿a cazar patos?

—Un chico necesita estar preparado para todo. Y mas para enfrentarse a un asesino en serie. 

—¿Llevas un rifle escondido en alguna parte?

—¡Por Dios no! Pero llevo una navaja suiza y una linterna muy potente. 

—Pareces un boy scout. 

—Gracias, lo fui de pequeño. Me encantaba. 

—¿Estás nervioso?

—Un poco, pienso en todas las posibilidades. O nos convertimos en unos héroes o estamos muertos. 

—O las dos cosas o ninguna. 

—O puede que solo sobreviva uno de los dos. 

Mientras conducimos hacia la casa del paleto, ambos nos quedamos en silencio, perdidos en nuestros propios pensamientos. La tensión en el coche es palpable, y siento que el corazón me late con fuerza en el pecho. Escucho la música como si estuviera en otra habitación. 

Cuando por fin llegamos a la casa del paleto, aparcamos el coche a una distancia prudencial y nos acercamos cautelosamente a pie. La casa está oscura y silenciosa, y hay una inquietante sensación de presentimiento en el aire.

El bosque de alrededor está en silencio, aunque el corazón se me sale del pecho después de escuchar el ulular de un búho a lo lejos. 

Miramos por la ventana de la cocina, veo la puerta del sótano cerrada con candado. 

—No he traído nada para abrir la puerta del sótano —confieso, sintiéndome una imbécil total. 

—Seguro que el paleto tiene alguna herramienta.

Los dos llevamos guantes y nos hemos puesto un gorro para no dejar nuestro ADN, no vamos a matar a nadie, pero nunca se sabe. 

Todo a nuestro alrededor está muy oscuro, así que Pluma enciende su linterna de agente del FBI y miramos a través del cristal de la puerta, la casa parece estar en un silencio sepulcral. 

—Veamos si el sótano tiene alguna ventana o algo, —digo antes de que entremos en la casa. 

No quiero decirle que tengo miedo, no quiero que sienta que me voy a cagar en los pantalones en cualquier momento. Si esto fuera una película, les estaría gritando a los protagonistas que dejen de hacer el gilipollas y saquen su culo de ahí. 

—Está bien —me dice con voz temblorosa. 

No queremos hablar, no sabemos si hay alguien durmiendo en la casa y nos oiga y saque el rifle y todo eso. 

Damos la vuelta agachados, procurando no hacer ruido, hasta que Pluma se choca contra un cubo de basura y lo tira. Creo que el ruido se ha oído en todo el pueblo. Mi corazón se para durante unos segundos, donde estoy muerta y mi alma está a punto de dejar mi cuerpo para irse directa al infierno. Pero Pluma vuelve a colocar el cubo y las bolsas. Solo escuchamos algo dentro de la casa, parece una voz. 

—Si estuviera en casa ya estaríamos muertos, —le digo en un susurro, y él asiente en la oscuridad. Puedo ver el miedo en la expresión de su rostro. 

Miro por una de las ventanas y algo grita, yo grito, Pluma Blanca grita. Miro otra vez por la ventana con la linterna y vemos un loro al lado de la ventana cerrada. Se pone a cantar una canción de Iron Maiden. 

Suspiro. 

—El puto loro, eso fue lo que Bateman y yo escuchamos. El puto grito del loro. 

—Puede que tenga un loro y alguien secuestrado en el sótano. Una cosa no quita la otra. 

—Sigamos nuestro plan. 

Así que todavía no hemos salido corriendo ni no hemos cagado encima. Vamos bien. 

Pero entonces suena el teléfono de Pluma. 

—¡¿Qué coño haces?! Lo tendrías que tener en silencio.

—Lo siento. Es Karina. 

—No respondas. 

Pero responde y le dice a Karina que está viendo una película y que no puede hablar en esos momentos, pero parece que Karina no quiere colgar y no deja de hablar, así que le quito el móvil de la mano y cuelgo yo. Estoy a punto de tirarlo por el bosque, aunque eso sería una pésima idea. 

Se lo devuelvo y hago la señal de silencio. 

— Creía que aquí no había cobertura, —susurro. 

—Será que tu compañía telefónica es una mierda. 

Hay una pequeña ventana que da al sótano. Si hubiera alguien encerrado estaría tapiada o algo así, aunque, pensándolo bien ¿quién narices pasa por este sitio perdido de la mano de Dios? Solo uno imbéciles como nosotros. Está todo rodeado de bosque, es el lugar perfecto para tener a alguien encerrado. Y ese paleto tiene pinta de recoger autoestopistas, sobre todo sin son mujeres. 

Nos agachamos en la ventana, está muy sucia y parece cubierta de telarañas, como en una auténtica película de terror, aunque todavía se puede ver la oscuridad del otro lado. 

Pluma apunta con su linterna hacia el sótano del miedo y gritamos al ver una cara al otro lado. Durante dos segundos veo toda mi miserable vida pasar ante mis ojos. Todos los momentos desperdiciados odiándome a mi misma y todo lo que me rodea, toda la soledad que he sentido, el miedo, la tristeza, la vergüenza. Quiero llorar, pero creo que es el miedo, incluso quiero volver a mi casa y abrazar a mi madre. 

Pero entonces Pluma Blanca se empieza a reír, y yo me río también, aunque no se por que. 

—Es una muñeca hinchable, —me dice entre risas

—¿Una puta muñeca?

Y observo mejor y ahí lo veo, una de esas típicas y feas muñecas hinchables con el pelo rubio pollo y la boca abierta la que nos mira desde las tinieblas del sótano. Suspiro. 

—Igual deberíamos rescatarla, —le digo. 

—Eso te lo dejo a ti, querida. Yo me estoy helando. 

Aunque nuestro momento de paz dura un segundo puesto que escuchamos un coche con la música a todo volumen. El coche aparca. Nos miramos, entramos en pánico y en lugar de quedarnos paralizados, como sería natural, salimos corriendo y a nuestra espalda escuchamos al loro reír como un condenado. 

Una parte de mi cree que el paleto nos ha visto y que voy a morir de un tiro por la espalda después de haber creído que tenía a alguien secuestrado en el sótano. 

Nos metemos en el coche y esperamos un rato en la oscuridad, estamos sin aliento, y nos hemos puesto lo suficientemente lejos para que no nos vea desde su casa. Y además, estamos cerca de la carretera a Desesperación. 

Vemos al hombre salir de su camioneta con una rubia platino, muy parecida a la muñeca hinchable. Ambos entran el casa y cierran la puerta. 

—¡Menudo susto me he llevado con la puñetera muñeca! —me dice Pluma. 

—Yo ya me he visto muerta.

—Yo me he imaginado mi propio funeral ¿es eso extraño?

—Para nada. 

Nos vamos hacia nuestra cafetería favorita aún con el corazón acelerado y la adrenalina a tope en todo el cuerpo. No podemos evitar reírnos como locos cuando nos alejamos de ese lugar. Al final no a habido muertos ni sacrificios. Esto no es una maldita película de terror. Y menos mal.

Esa sensación de oscuridad no se ha disipado del todo aunque ahora me siento mas ligera, como haberme quitado uno de los menhires que me aplastaban el pecho. Espero que la chica desaparecida esté bien. 

—Ha sido surrealista, —me dice Pluma mientras miramos el menú que nos sabemos de memoria. 

—No ha sido lo que me esperaba. 

—Quizá tiene a alguien enterrado en el jardín. Tiene mucho terreno el paleto ese. 

—No pienso volver ni en un millón de años, —me sincero. 

—¿Y crees que yo si? Allí no se nos ha perdido nada. 

—Aún así, la chica…sigue sin aparecer. 

—No podemos hacer nada por ella. La policía la estará buscando. 

—Tenía la esperanza…—empiezo a confesar y me callo. 

No quiero hablar mas de ello. Nos quedamos un rato en silencio, escuchando la música que sale de la vieja máquina de discos, los murmullos de las conversaciones, el sonido que viene de la cocina…

—¿De que te vas a disfrazar? ¿lo has pensado ya?

—No voy a ir, no seas plasta. Y menos disfrazada. 

—Siempre estás igual.

—Y tu. Eres un pelmazo. 

—Solo me gustaría veros a Bateman juntos y felices. Quiero vivir eso a través de ti.

—Eso no va a ocurrir y lo sabes, —le respondo con fastidio. 

—Está bien, cambiemos de tema. Creo que esta noche hemos sobrevivido por que somos unos pringados y hemos cumplidos todas las normas de las películas de terror. 

—O que el tío solo sea un simple paleto. No un asesino. 

—¿Es que no has visto La matanza de Texas?

—¿Desde cuando sabes tanto de películas de terror? Creí que las odiabas. 

—Bueno, tener a un amigo como Friki te hace conocer cosas así en contra de tu voluntad. Y haber trabajado en un video club durante años. He visto mas de lo que crees. 

Decidimos guardar nuestra estúpida aventura para nosotros. Nadie tiene que saber lo increíblemente gilipollas que somos, aunque estoy segura del que Pluma lo soltará todo tarde o temprano, dará todos los detalles, incluso se inventará algo para darle mas intriga y mas morbo a la historia. No quiero estar cuando empiece.

Hoy es Halloween y me toca día libre, así que estoy en casa comiendo unas galletas de canela que ha hecho la chica que trabaja limpiando la casa. Son de lo mejor que he probado. 

En todo el día no he respondido al teléfono, ni a los mensajes, he estado viendo películas de terror comiendo galletas y no me arrepiento. Esta es mi forma de disfrutar de la vida y no pienso pedir disculpas por ello. 

Cuando atardece y mis padres ya se han ido a una fiesta o algo así me han dicho —aunque no iban disfrazados, una pena— y yo me he quedado sola y feliz, oigo una bocina muy insistente y me asomo a la ventana. No puedo creer lo que ven los ojos. Mis amigos están en el jardín, todos disfrazados portando calabazas de plástico llenas de dulces. 

Cuando abro la puerta casi se me abalanzan, todos entran en manada como si les hubiera invitado.

—¿Ha decorado tu madre la casa? —me pregunta Pluma Blanca al ver el salón con las calabazas de cerámica blancas y doradas. 

Es difícil no verlas, son enormes y están por todas partes, como una plaga. 

—Es uno de sus hobbies. 

—Me encanta. 

Pluma va disfrazado del tío ese del The Rocky Horror Picture Show, no se como se llama, vi la película hace mucho tiempo. No se como no se está helando. 

Karina me da una calabaza llena de chocolatinas y me abraza. 

—Me encanta tu disfraz, —me dice, —¿de qué vas? 

No voy disfrazada.

—De psicópata, ya sabes, parecen personas normales. 

—Yo voy de hada, cumpliré todos tus deseos. 

—¡Oh! Pues tengo una buena lista. 

Se ríe. Lleva una falda de tul azul llena de estrellas plateadas y una chaqueta plateada. Su maquillaje va a juego. Y eso si que da miedo. 

Friki me pregunta por las películas de terror que he estado viendo últimamente, y charlamos sobre los clichés que mas se repiten. Está bien tener a alguien con quien hablar de estas cosas.

Va disfrazado de El Nota, muy a su estilo. 

Después aparece Bateman, con su aire de chico guay de los Hamptons. Si hubiera venido disfrazado de Patrick Bateman hubiera sido sospechoso, a pesar de que creo que a estas alturas sabe que le llamamos así a sus espaldas. 

Lleva una beisbolera amarilla y azul con una B bordada, y vaqueros. No me parece un disfraz. 

Le miro con una expresión entre sorprendida y extrañada, aunque igual mi cara dice otra cosa, no se. 

—Voy disfrazado, —me dice. 

—Yo te veo igual que siempre. 

—Ah si, me falta esto. 

Se pone una careta de lobo y unas gafas de sol. No lo entiendo.

—¿Un hombre lobo con gafas de sol?

—Es de Teen Wolf.

No respondo.

—La película de Michael J. Fox…si, la de los ochenta. 

—No la he visto. 

—Pues deberías. 

—¿Es de miedo?

—No. 

—¿Es que solo ves películas de miedo?

—Puede. 

—¿Qué ha pasado con tu fiesta?

—Ahora es tu fiesta. 

Por último aparece el colgao, lleva una túnica blanca y unas gafas de sol de Versace. 

—¿De qué se supone que vas tú?

—¿Es que no es obvio?

Me encojo de hombros. 

—De líder de secta. 

—Claro, ahora entiendo lo de las gafas de sol y eso. 

—Se las he cogido a mi madre, no creo que hoy las eche de menos. 

Con todos ahí en mi casa, comiendo galletas y dulces, bailando y charlando, no parece que haya ocurrido nada extraño últimamente. Todo es lo normal que debería ser. Ahora soy una persona normal que lleva una vida normal. 

Mientras tanto, en el jardín, una figura que parece que no tiene rostro acecha entre los árboles, esperando su momento. 

¡Ah! Por cierto, la chica apareció en casa de su abuela. No tenía ni idea de que la buscaban. Menos mal que, por una vez, ha habido un final feliz. 

¡Feliz Halloween! 

Fin


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »