El retrato parte #2 | Cuentos por entregas

Publicado por Aran en

Segunda parte del cuento por entregasEl retrato‘. Una historia que he escrito especialmente para Halloween y que escribí en un par de días.

Espero que te guste y me comentes que te ha parecido.

¡Muchas gracias por leerme!

El retrato parte #2
Photo by Sean Mungur on Unsplash

El retrato

Entonces le pareció que algo raro le pasaba al retrato. Se acercó con los anteojos puestos ¿había cambiado algo la expresión del rostro del joven? Parecía que su sonrisa se ensanchaba, que sus ojos eran mas brillantes. Se asustó. Esa expresión era  mucho mas maliciosa, de alguien que sabía que estaba a punto de ganar algo importante, pero ¿el qué? 

Se sacudió la cabeza ‘Los cuadros no se mueven’ se dijo para tranquilizarse ‘Ya era así, solo que no me había dado cuenta’. Su cerebro lo creía, aunque no era así con su intuición. Pasaba algo y lo iba a averiguar. 

Christine entró en el despacho y le dijo que algunos de los invitados estaban a punto de marcharse. 

—No te quedes a solas con el retrato —dijo Barrington sin pensar. 

Su hija le miró entre curiosa y divertida. Christine tenía el cabello negro y los ojos marrón oscuro, su piel era tan blanca que brillaba. Se parecía a su madre. Quería ser bailarina y era tan amante del arte y tan escéptica como él. Le sonrió. 

—Papá, ¿Qué estás diciendo?

—No sé por que lo he dicho hija. 

—Igual es que has bebido demasiado vino esta noche. 

—Puede que si. Pero te pido que no te quedes a solas con ese hombre. 

—Me estás asustando papá. Es tan solo un cuadro. No puede hacerme daño. 

Barrington todavía escuchaba las palabras del abogado ‘Guarde el retrato en lugar seguro’. Otra vez su parte racional luchaba contra su superstición. Era un hombre que no creía en nada mas que lo tenía delante de sus narices. Y ese cuadro estaba justo enfrente de él. 

—¿No notas nada distinto en su rostro? ¿En su sonrisa? 

Christine frunció el ceño y luego volvió a mirar el cuadro. A Barrington le entró un deseo de protegerla a toda costa. Parecía tan frágil a la luz de la chimenea. Quizá no había sido buena idea pedirle que mirara la pintura otra vez. 

—No veo nada. A mi me parece igual que antes. Tiene esa mirada de que sabe más que los demás. De listillo.

Entonces lo vio, la mirada del hombre, sus ojos se movieron ligeramente. Pudo ver perversión en ellos, estaba mirando a Christine. Así que se puso delante de ella y luego se giró a mirar el cuadro. Parecía que le estaba retando.

—¿Qué es lo que ocurre? 

Barrington descolgó el cuadro, aunque todavía no sabía que hacer con él. Quizá había sido la bebida. Le preguntaría al extraño al día siguiente. 

Lo colocó de cara a la pared. De momento, valdría así. 

—No lo toques, no lo mires. No entres en el despacho bajo ninguna circunstancia. 

Salieron de allí y Barrington cerró la puerta con llave. 

—Papá, me estás asustando, por favor ¿quieres decirme que ocurre?

—Ese cuadro…debe de estar maldito. Me arrepiento de haberlo comprado —dijo en un susurro, más para si mismo que para su hija. 

Julianne le llamó desde abajo y Barrington se apresuró a despedirse de los invitados. Todos seguían fascinados con la historia del cuadro y que el invitado que esperaban no se hubiera presentado y hubiese enviado una nota. Le daba un aire misterioso. Les daría un nuevo tema de conversación para las aburridas tardes tomando el té mientras afuera llovía. 

Se despidió de los invitados con una sonrisa y con el corazón acelerado. Todavía tenía en la mente como se había movido ligeramente su rostro, como había mirado a su hija ¿se estaba volviendo loco o lo había visto de verdad? Tendría que volver a comprobarlo mas tarde. Pero no se atrevía, tenía miedo de volver a mirar el cuadro y ver que el hombre no estaba o que hubiera cambiado de posición. Decidió dejarlo donde estaba y comprobarlo al día siguiente. 

Aquella noche se despertaron con un grito proveniente del dormitorio de Christine. Barrington se levantó corriendo y vio a su hija sentada en la cama, aterrorizada. 

—Había alguien mirándome —le dijo con voz temblorosa. 

Los criados comprobaron que no hubiera ningún intruso, aunque Barrington ya sabía quien había sido. Se metió en su despacho y recolocó el cuadro. El hombre seguía ahí, aunque ahora su sonrisa era mas amplia. Su mirada más perversa. Solo podías verlo si te fijabas bien, pero el cambio estaba ahí. 

Julianne entró detrás. 

—¿Qué estás haciendo querido? 

Barrington le contó lo que creía que estaba pasando, sonaba a locura. 

—A mi me parece que está igual —dijo ella mirando el cuadro. 

¿Cómo era posible que nadie lo viera más que él? La expresión de su rostro había cambiado. De parecer aburrido y solitario, aunque con una sonrisa de triunfo, a estar divirtiéndose asustando a la familia Price. 

—¿Se lo vas a vender? 

—Tengo que deshacerme de él. Está cambiando y creo que…

—Era él —dijo Christine, que se encontraba en la puerta, temblando. 

—¿Le has visto bien? —preguntó su madre. 

—No, estaba oscuro pero algo me dice que era él. Que quería hacerme daño. Lo he sentido. 

—Esto es una locura Barrington. Es solo un retrato. 

—Eso he creído yo también hasta esta noche. Hasta que le he visto cambiar delante de mis ojos. 

Tenía miedo de hablar delante del cuadro, creía que les estaba escuchando. Y que se vengaría de él. 

—Tápalo papá. No quiero verlo. 

—Si tanto miedo le tenéis deberías quemarlo querido. 

—No se me había ocurrido. 

Pidió a uno de los criados que le enciendiera la chimenea del despacho y después cogió la obra de arte, la miró por última vez y pudo ver el miedo en la mirada del retratado. No, no era miedo. Había algo más. Algo que no supo identificar. 

—No lo mires papá. 

—Esto es una locura Barrington. Has pagado mucho por ese cuadro. No debería haberte dicho que lo quemaras. Tienes que vendérselo a ese extraño. Que se encargue él del retrato. 

—Si, creo que debería esperar. Escuchar lo que me tenga que contar. 

—¿Y si vuelve a salir? ¡Papá! ¡Tienes que quemarlo!

—¡Que locura es esa Christine! Seguro que no has visto nada, habrá sido una pesadilla. 

—¡Sé lo que he visto mamá! ¡No ha sido una pesadilla y no me lo he inventado! 

Christine se marchó dando un portazo. 

Barrington volvió a colocar el cuadro de cara a la pared, entonces vio que tenía varios símbolos dibujados en la parte de atrás. 

—Que extraño. 

—Barrington, esto es de locos. 

Nunca había visto esos símbolos pero por una razón le resultaban familiares. Era una sensación de lo más curiosa. 

—Me quedaré aquí lo que queda de noche. Si el cuadro hace algo, lo veré. 

—¿Qué va a hacer? 

—No lo sé querida. Christine le ha visto en su dormitorio. 

—Christine habrá tenido una pesadilla. 

—Mañana conoceré su historia. Mañana acabará todo. 

—¿De verdad que te vas a quedar aquí? 

—Quedan unas horas para el amanecer. 

—Está bien. Nos vemos por la mañana. 

Julianne le dio un beso en la mejilla y le dejó a solas con el cuadro. 

Barrington le dio la vuelta y miró a los ojos del extraño. Su expresión había vuelto a cambiar, ahora parecía complacido, pero la malicia no había abandonado sus ojos. Le decían que había sido él, no sabía como había conseguido salir pero si volvía a hacerlo sería delante de sus ojos. 

Se puso un vaso de whisky y se sentó en el sillón al lado de la chimenea, con el cuadro enfrente. 

—Voy a acabar contigo —le dijo. 

El hombre pareció sonreír. Fue un cambio sutil aunque detectable. Barrington sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo. En que momento se le ocurrió comprarlo, le parecía que habían pasado años en lugar de tan solo un par de días. 

Había escuchado historias sobre cuadros malditos, y siempre creyó que no eran más que leyendas, historias para asustar a los coleccionistas o al menos, crearles mas interés. Viendo el cuadro a la luz del fuego le parecía que estaba perdiendo la cabeza. Pero no, el abogado era real, al menos sabía eso. Y le había advertido. Tendría que habérselo vendido al hombre extraño. Pero ¿cómo iba a imaginar lo que vería con sus propios ojos? ¿cómo iba a creer que algo así podía ocurrir? 

Se quedó medio dormido hasta que un ruido metálico le despertó. Cuando abrió los ojos no se podía creer lo que estaba viendo. Ni siquiera pudo gritar. 

A la mañana siguiente Julianne abrió la puerta del despacho de su marido y lo que vio la hizo retroceder, gritando como si hubiera visto un demonio. 

Barrington estaba sentado en su sillón favorito, parecería dormido si no llega a ser por la raja del cuello. Estaba todo lleno de sangre. 

Christine entró corriendo, al ver lo que había ocurrido abrazó a su madre, que lloraba sin consuelo arrodillada al lado de su esposo. Y luego lo vio. 

El hombre del cuadro tenía las manos manchadas de sangre, y sonreía. Christine cogió el pesado cuadro, lo sacó de su marco con dificultad, gritando y maldiciendo y lo lanzó a la chimenea, gritaba y lloraba de dolor mientras veía como las llamas consumían el lienzo. 

Cuando llegó el coche que iba a recoger a Barrington, fue Christine la que se metió en él. 

La mansión que vio desde el asiento de atrás la dejó sin aliento, era una impresionante mansión georgiana muy bien cuidada y con unas enormes columnas en la entrada. 

Christine recorrió la enorme entrada acompañada del mayordomo. Aquel lugar le hubiera encantado a su padre, pues había obras de arte en cada rincón. Cuadros de grandes artistas y esculturas antiguas. 

El mayordomo se marchó y ella se quedó en medio de aquella especie de museo, estaba segura de que aquel hombre celebraría muchas fiestas en una casa como aquella. Le gustaba presumir de su colección y creía que cada vez que adquiría algo lo festejaba invitando a todo el mundo a ver su nueva obra de arte. 

Continuará…


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