Subliminal | Cuentos breves #14

Publicado por Aran en

Hace poco leí sobre la publicidad subliminal en la película de 1957 ‘Picnic’ y se me ocurrió una historia sobre los mensajes subliminales. Este es el décimo cuarto cuento breve del año y por supuesto, se trata de una obra de ficción.

¿Habías oído hablar de los mensajes subliminales en publicidad? ¿Qué os parece?

Espero que os guste esta historia y ¡Muchas gracias por leerme!

Cuentos breves #14: Subliminal
Photo by Scott Webb on Unsplash
Subliminal

Se suponía que iba a ser una revolución, algo maravilloso que cambiaría el mundo. Pero su convirtió en una pesadilla. En su pesadilla. 

La canción comenzó a sonar en la radio y poco después el disco se había agotado en todas las tiendas. Stacey Q estaba emocionada por el recibimiento, ningunas de sus canciones había llegado antes al número 1 en ventas y las radios la pinchaban a todas horas. 

Todo el mundo disfrutaba cantando y bailando ‘Queen of the universe’. La canción del momento. Un hit histórico.

Los de marketing estaban complacidos, su pequeño ‘experimento’ había funcionado. El mensaje subliminal que habían colocado en la canción, pidiendo que compraran el disco estaba funcionando a la perfección. Lo empezarían a implantar en el resto de artistas. 

En cambio, Stacey creía que los de sonido habían añadido un mensaje de amor y paz, pidiendo a los oyentes que cuidaran los unos de los otros. Esa había sido su idea cuando los del departamento de marketing le habían sugerido que incluyera un mensaje subliminal, ya que estaban muy de moda. Ella había decidido colocar ‘Cuida de tu vecino. Ama sin rencor. Rechaza la violencia’, sin embargo, los de marketing tan solo añadieron el mensaje de ventas sin decírselo a Stacey. 

Por eso ella creía que el mundo amaba su canción. Estaba emocionada. El mensaje de amor iba a cambiar el mundo. 

Pero ese no había sido el único mensaje incluido en la canción. 

Durante un concierto, una persona había intentado subir al escenario gritando ‘¡Hay que matar a Stacey! ¡Matar a la zorra de Stacey!’. Los asistentes se habían vuelto locos y habían empezado a pelearse con los de seguridad para subir al escenario. En lugar de un concierto parecía un campo de batalla.

Se habían llevado a Stacey al coche, y cuando creía que estaba a salvo, el conductor se había estampado contra un muro mientras gritaba lo mismo. Él había muerto y ella había terminado herida. 

Salió del coche a rastras, con una herida sangrante en la cabeza y mientras caminaba hacia su mansión en las colinas, dos adolescentes con bates de béisbol la reconocieron y la estuvieron persiguiendo. También querían matarla. 

Stacey había llegado a casa corriendo, totalmente fuera de sí y había logrado cerrar la puerta con pestillo. Estuvo a punto de desmayarse pero solo vomitó lo poco que tenía en el estómago. 

Tenía la casa más segura de Las Colinas, con circuito de cámaras de seguridad, alarma, cerrojos y una habitación del pánico. 

Vio por las cámaras a los adolescentes, estaban golpeando la puerta del jardín, intentaban entrar. Minutos más tarde había un grupo grande que le gritaba cosas horribles. Algunos llevaban bates de beisbol o varas de hierro. Iban a tirar la puerta abajo. 

Después de llamar a la policía, hizo una llamada a Ángela, su asistente de los últimos cinco años, la única persona en la que podía confiar. Le dijo que estaba de camino y que entraría por la puerta de atrás. 

Se metió en la habitación del pánico mientras observaba horrorizada por las pantallas de las cámaras de seguridad que la multitud se había multiplicado. En sus rostros pudo ver un intenso odio. Estaban intentando abrir la puerta. Y lo conseguirían. Y llegarían hasta la habitación del pánico. La odiaban. 

Stacey se puso a llorar, totalmente histérica. Si eso era una broma de cámara oculta no tenía ninguna gracia. Le gritó al techo que ya estaba bien, que lo dejaran, que lo había pillado. Pero no había ningún programa de televisión detrás. No era ninguna broma. 

Vio varios coches de policía llegar y se calmó hasta que observó estupefacta como uno de los agentes abría la cerradura con una herramienta similar a un destornillador y dejaba que todo el mundo accediera al jardín. Stacey gritó pero nadie pudo oírla.

Vio a Ángela abrir la puerta de atrás con su llave. Entró en la casa sin encender las luces mientras la multitud golpeaba las puertas de cristal del salón. Eran resistentes pero tarde o temprano terminarían cediendo. Y llegarían hasta ella. 

Abrió la puerta en cuanto su asistente apareció en la cámara de fuera. La abrazó muy fuerte. Se sentía aliviada. 

— ¿Qué está pasando Ángela? ¡No lo entiendo! 

No respondió. Se quedó mirando las pantallas. 

— No tardarán en entrar —. Dijo por fin. 

— Lo sé. No sé lo que pasa ¿Por qué quieren matarme? 

Ángela la miró. Y sonrió. Era una sonrisa diabólica. 

— Es por la canción. 

— ¿La canción? ¿Qué quieres decir? ¿No se supone que tendría un mensaje subliminal de amor y paz? 

Su asistente rió. Afuera estaban a punto de echar la puerta abajo. 

— Qué ingenua eres querida Stacey. Había dos mensajes subliminales en esa canción. Uno era para vender más discos y el otro era…¡Tada! ¡Acabar con Stacey Q! 

La muchedumbre por fin había logrado acceder a la casa y estaban destrozando todo a su paso. Gritaban como locos, como si estuvieran drogados. Stacey frente a Ángela, mirándola con los ojos muy abiertos. 

— ¿Por qué? —. Preguntó en un susurro. 

— No tardarán en llegar hasta aquí. Estoy segura de que pueden olerte. Huelen tu miedo. 

Un grupo estaba bajando las escaleras. Empezaron a golpear el teclado numérico de fuera. A Stacey le recordó a una manada de animales salvajes. 

Ángela miró hacia la puerta. 

— Si te digo la verdad no creía que fuera a funcionar. Ha sido toda una sorpresa. 

— ¡¿Por qué lo has hecho?! —. Gritó y después la golpeó en la cara con las pocas fuerzas que le quedaban. 

Ángela se tocó el labio partido, sangraba y comenzó a reír de nuevo. 

— Esta vez has perdido Stacey. 

Apretó el botón que abría la puerta y dejó entrar a la turba. 

Fin


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