Oasis | Cuentos breves #11

Publicado por Aran en

Semana 11 y cuento breve número 11. Esta vez he vuelto al universo que creé en este cuento. Me apetecía mucho volver a escribir ciencia ficción y me divierte mucho hacerlo.

Esta semana casi no lo termino porque he estado con dolores de cabeza casi a diario, y luego, cuando por fin me puse, ha estado a punto de convertirse en un cuento por entregas, he tenido que parar porque si no iba para largo.

La ciencia ficción en la que me inspiro para escribir estas historias son las series y películas de ‘Star Trek’ y ‘La guerra de las galaxias’, la serie Futurama y la trilogía de de MaddAddam de Margaret Atwood, de los que me he leído ‘Oryx y Crake’ y ‘El año del diluvio’.

¡Espero que os guste este cuento breve!

¡Muchas gracias por leerme!

Cuentos breves: Oasis
Photo by Sander Weeteling on Unsplash

Oasis

Me despierto con la luz del sol. No ha sido una pesadilla. Miro a mi alrededor y veo a mis amigos tumbados a mi lado en la piscina de un hotel cutre llamado ‘Oasis’. Un flotador en forma de langosta fluorescente flota en el agua amarillenta. Espera, no es un flotador, es una langosta gigante fluorescente del espacio. Y está cantando. 

‘Oasis’ es el mejor sitio que puedes encontrar en Los Piojosos, un lugar deprimente que hace décadas, antes de la llegada de La Ola de Arena, era una urbanización de lujo para ricos y famosos de todo el universo. Después de aquel suceso el calor se volvió insoportable, las plantas dejaron de crecer y los millonarios abandonaron la urbanización a su suerte. Ahora, los cubos de cristal que habían sido las mansiones sirven para todo tipo de ilegalidades. Los antiguos jardines, que en algún momento estaban cubiertos de rosales y árboles frutales provenientes de toda la galaxia, tenían ahora palmeras de neón iluminadas las veinticuatro horas del día. 

Todo es viejo y feo en Los Piojosos, y aunque quieran taparlo todo con luces, brillo y dorado, nada puede eliminar ese olor a sucio y a vómito viejo que llena el aire. Y, como no, hay piojos. Es el único lugar del universo en el que todavía hay. Siempre ha habido.

Pero aquí no vienes a disfrutar de una buena comida, un lujoso masaje o el paisaje. Aquí se viene a lo que se viene. 

Me duele la cabeza. Intento recordar lo que hicimos anoche pero me falla la memoria, debí de tomar esa nueva droga de moda llamada Mierda de la Buena o MDB. Se supone que te pillas un viaje intergaláctico espectacular sin tener que tomar una nave pero yo solo recuerdo un mareo y un terrible dolor de cabeza que todavía me dura. 

Fui con los chicos a Los Piojosos a ver una pelea ilegal de androides para celebrar el cumpleaños de Pet-E, que nunca había ido a ninguna y le hacía ilusión. Los androides están programados para hacer lo que se les pida sin herir ni a seres vivos ni a otros androides, pero estos son muy antiguos y los han hackeado para ser violentos. Incluso algunos han terminado matando a algún humano como daño colateral. En este lugar puedes conseguir lo que quieras, tienen de todo y todos tus sueños se pueden hacer realidad. Como he dicho antes es un sitio muy cutre, lleno de ratas del desierto que se comen todo lo que pillan. Deberían cambiarle el nombre por La Ratonera, puesto que hay mas de estos bichos que piojos. Y además de drogas, carreras de bacterias y peleas de androides puedes conseguir una nueva identidad y un nuevo chip.

Empiezo a tener un ligero recuerdo de lo que ocurrió ayer. Y no me gusta. No me gusta nada. 

Suspiro. No puede ser que Pet-E hiciera eso. Estoy cabreado. Siempre se tiene que meter en algún lío y yo tengo que solucionarlo. 

Tanto Pet-E como yo somos genebebés, pero creo que algo falló cuando le crearon a él en el laboratorio. A pesar de ser fisicamente perfecto, le falta algo en el cerebro. Le hicieron impulsivo, aventurero, charlatán y metepatas. Todo le pasa porque cree que es irresistible y puede hacer y decir lo que quiera sin consecuencias. Y además es famoso, es estrella de Hollywood. Incluso se compró su propio planeta. 

Pero no todo se compra con dinero, ni siquiera en un lugar como Los Piojosos. 

Y se metió con quien con debía. 

Recuerdo que estábamos en un restaurante, era uno temático de los años cincuenta del siglo veinte. Las camareras van en patines y sirven batidos y hamburguesas que seguro que están hechas de carne de rata del desierto. Es el sitio más limpio de todo Los Piojosos, no queríamos pillar una infección estomacal el primer día. Somos genebebés pero no somos infalibles. 

Y me acuerdo de una mujer de cabello negro largo a la que Pet no dejaba en paz, a pesar de que todos le dijimos que estaba siendo muy insistente y muy pesado. 

— ¡Eh Gen-E! Estás despierto —. Me grita Paul-E desde su hamaca, donde se está bebiendo un cocktail intravenoso de un verde radioactivo—. ¿Dónde se ha metido Pet?

— En mi bolsillo —. Le respondo lo más natural posible. 

— ¡No me fastidies! ¿Fue la cientera? 

Afirmo con la cabeza. La cientera. O hechicera científica. Una de las muchas que utiliza la ciencia para fabricar pociones de amor o prosperidad y aparatos ‘mágicos’. Uno de esos aparatos redujo a nuestro querido Pet al tamaño de mi meñique. Y es que cuando se pone pesado se pone muy pesado. La cientera podría haber cualquier cosa con él, convertirle en una gastruz, borrarle la boca, robarle todo el dinero con tan solo mover un dedo, hacer que le saliera pelo por todo el cuerpo, hacerle hablar como un pollo…las probabilidades son infinitas. Y decidió empequeñecerle. 

— ¿Y qué vas a hacer tío? — me pregunta Paul-E.

— Supongo que tendré que encontrarla. Pet le pagará lo que pida para que le devuelva a su tamaño natural. 

La idea era sencilla pero no tenía ni idea de por donde empezar a buscar. Me iba a tener que pasar el resto del fin de semana preguntando por Los Piojosos y se me ponía la carne de gallina solo de pensarlo. Hasta que llegó mi salvación. 

— Hola —. Me dice una voz potente, de tenor. Miro hacía arriba mientras me tapo los ojos del deslumbramiento. Es la langosta gigante. Parece hecha de plástico transparente de color rojo, y brilla. Está fumando un puro de donde salen margaritas de humo que se evaporaban poco a poco. 

Me levanto y le doy la mano.

— Me llamo Don Langosta —. Dice. No sé dónde mirarle —. Discúlpeme. He estado escuchando vuestra pequeña conversación. Puedo ayudaros, a tu amigo y a ti. Conozco bien a la cientera que le ha hecho esto a tu amigo. A mi me hizo lo mismo una vez. Hace mucho tiempo. 

Pet me muerde dentro del bolsillo de mi mono y grito. Le saco a regañadientes y le digo que si lo vuelve a hacer le meto en una burbuja. Él me dice que ahí seguro que está más cómodo que en mi bolsillo apestoso. Me dan ganas de pisarle como si fuera una colilla, pero, obviamente, no lo hago. 

— ¿Nos va a ayudar Señor Langosta? — grita Pet emocionado. 

— Don Langosta —. Se apresura a corregir —. Os ayudaré si. Por un precio razonable. 

— Pagaré lo que sea. Lo que haga falta —. Dice Pet. 

Pet y Don Langosta llegan a un acuerdo y nos montamos en el coche de la langosta. Es una aparato viejo que se cae a pedazos. Tiene forma de tubo y cabemos los tres perfectamente, incluso cuenta con una cama y una pequeña cocina. El lugar está limpio y huele a desinfectante. 

A pesar de ser viejo, el trasto funciona y llegamos en segundos a el centro de Los Piojosos. Don Langosta nos cuenta que es cantante de ópera y que viaja por todo el universo dando recitales. O no gana mucho o es un tacaño. 

Se para delante de un centro de cirugía express, de esos que se multiplican como setas y nos dice que esperemos dentro. Ahí hace un calor infernal y saco a Pet de bolsillo para ponerlo sobre una bandeja que hay en el lado del copiloto. 

Al rato sale y sin mediar palabra arranca a mucha más velocidad y en un microsegundo nos encontramos en una casa burbuja en medio del desierto. 

— Esperad aquí. Hablaré con ella antes. 

La casa parece realmente una burbuja de gran tamaño. Tiene esos colores cambiantes, líquidos, de las burbujas de jabón. Ese tipo de viviendas se las pueden permitir solo los inmensamente ricos. Pet tiene una en el planeta Hollywood. 

— Tío, Gen. Gracias por ayudarme —. Tiene que gritar mucho pero Pet nunca ha tenido problemas para hacerse oír. 

No se si aceptarlo o gritarle que es la última vez que le ayudo. Yo ya tengo mis propios problemas como para tener que estar ocupándome de los Pet cada vez que nos vemos. Mi ex prometida Cat-E está en Filaky, el planeta prisión. No es que la hayan encarcelado ni nada de eso, es arqueóloga espacial y allí han sido encontradas unas ruinas que la arena había estado ocultando durante siglos. Es uno de los planetas más peligrosos de la galaxia, y, aunque hayamos roto nuestra relación, me preocupa su seguridad. Y no puedo dejar de pensar en ella. La llamaré en cuanto vuelva a casa. 

Don Langosta sale de la casa y nos hace una señal para que entremos. Cojo a Pet y le llevo en la palma de la mano. Está temblando. Espero que haya aprendido la lección. 

Cuando entramos, la casa es como un invernadero lleno de todo tipo de plantas. Una de ellas alarga una hoja en intenta cogerme el brazo. La aparto con mi mano libre. 

Las casas burbuja por dentro son como todas las casas, con sus pisos, escaleras y en este caso piscina en medio del salón con unos peces de colores que no dejan de saltar en el aire. 

La cientera está de espaldas, mirando los peces. 

Va vestida toda de negro y ahora veo que sus brazos son transparentes, con unos cables luminosos que hacen las veces de venas. Es una plástica. Medio humana medio androide. Se puso de moda hace muchos años. Los ricos empezaron a cambiar partes de su cuerpo por otras sintéticas que eran mucho más fuertes, resistentes y reemplazables en caso de rotura. 

— Bueno, bueno, bueno —. Dice la cientera —. ¿Quién tenemos aquí? No puedo decir que me alegre volver a veros. 

— Por favor —. Grita Pet —. ¡Lo siento mucho! ¡Le pagaré lo que quiera! ¡Haré lo que haga falta! 

Es la primera vez que le veo tan desesperado. Yo no sé que hacer o que decir así que espero que Pet lo solucione y nos vayamos de allí de una vez.

La mujer saca la pistola, la misma que usó con Pet la noche anterior, me apunta y antes de que me dé tiempo a reaccionar me empequeñece a mi también. Pet me mira, ahora cara a cara y yo grito, le llamo de todo por habernos metido en este lío y le pego un puñetazo. Estoy muy enfadado con él, con la cientera, con Don Langosta y sobre todo conmigo mismo por ser tan estúpido. La cientera ríe al vernos pelear y nos coge del cuello de nuestros monos. Pataleamos e intentamos morderla en vano mientras Don Langosta la mira horrorizado. 

Acabamos en una enorme casa de muñecas con otros como nosotros. No sirve de nada gritar. 

Estamos jodidos. 


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