La luna del cuervo | Cuentos breves #38
Nuevo cuento breve (que ahora publico una vez al mes). Es una historia de las que me gusta escribir, con un poco de fantasía y un poco de misterio. No he salido de mi zona de confort porque no se me ocurría nada pero aún así espero que te guste.
¡Muchas gracias por leerme!

La luna del cuervo
La luna se alzaba sobre la torre del castillo. Tenía un color gris oscuro como nunca antes había visto. El mago sabía que la profecía se cumpliría esa misma noche, esa que ya predijo hacía veinte años. Y que nadie creyó.
Se había estado preparando desde entonces para ese momento, sabiendo que vendrían a buscarle para pedirle ayuda.
Escuchó el graznido del cuervo a lo lejos. Estaban acercándose. Pero él ya no podía hacer nada. Su cometido había sido aconsejar al rey hace años y eso terminó. Estaba demasiado viejo y sabía que no se irían sin respuestas. Algo que él no podía darles.
Desde su torre podía ver todo el valle, y a lo lejos, muy muy lejos, el castillo del rey. A pesar de que su vista ya no era tan buena como antes, todavía podía verlo, y sobre todo, sentirlo.
Sentía la ira, la pena, la sorpresa…todavía estaba anclado a ese lugar que había abandonado hacía tantos años.
Un cuervo se posó sobre el alféizar de la ventana, la luz de la luna le iluminaba las negras plumas y en especial, aquellos ojos del color de la noche. Graznó sin dejar de mirarle.
—No puedo hacer nada. Es demasiado tarde—dijo el mago con voz cansada.
El cuervo respondió con otro graznido, en el rostro del mago se leyó la sorpresa.
—Sabes que eso no funciona nunca.
Otro graznido. El cuervo parecía impaciente.
—No voy a hacerlo ¡Ya te advertí hace años!¡Sabías que tarde o temprano llegaría el día!
A lo lejos se oía el trotar de unos caballos. Un pequeño ejército se acercaba. No le dejarían en paz hasta que que el rey no consiguiera lo que quería de él. Y no lo haría.
El cuervo miró hacia el valle y luego a él. Graznó de nuevo.
—¡No eres más que un caprichoso ignorante y cruel!¡ya te dije lo que ocurriría y no hiciste caso!¡No creíste ni una palabra! Y luego me humillaste y me echaste de tu reino. Llevo veinte años siendo un paria, y ahora ¿quieres mi ayuda?¿después de que te suplicara que me dejaras volver?¿después de decirte lo que hacer para evitarlo? ¡No voy a volver! Esto lo arreglarás tu solo o con tu querido mago Eneis, ese al que tanto despreciabais tiempo atrás.
Los caballos se estaban acercando. Y sabía que Eneis venía con ellos pues el cuervo se lo había dicho. Era mucho mas joven y temerario, echaría la puerta abajo y al final habría sangre, mucha sangre. No podía permitirlo.
Bajó las escaleras y se acercó al balcón, soplaba una suave brisa que traía la fragancia del campo. Podía ver a los caballeros acercándose, con el mago Eneis al frente, todo vestido de blanco. Casi podía leer sus pensamientos, aunque su magia había crecido durante este tiempo, y en cambio, la suya se había mantenido igual. Seguía siendo muy poderoso pero sabía que aquel joven mago podría con él.
El cuervo se posó a su lado, en una de las almenas, no dejaba de observarle con aquellos ojos negros. Su graznido se hizo insoportable. El mago intentó alcanzarle con la mano pero el animal salió volando.
—¡Vete de aquí miserable!—gritó furioso.
En ese momento los caballeros y el mago Eneis se pararon a las puertas del castillo. Había sido el hogar de un marqués hacía mucho tiempo, pero se lo expropiaron al acusarle de traición. Antes de que llegara la caballería para llevarle a la horca, el marqués se suicidó junto con su familia. Fue entonces cuando pasó a ser el hogar del mago, el mayor mago del reino.
El cuervo estaba posado en el hombro de Eneis. El mago le miró y el otro alzó su mirada de hielo.
—¡Ya sabes a lo que hemos venido viejo!
—¡No pienso volver!
Eneis le miró con furia.
—¡Es vuestro deber con el rey!¡Sois tan solo un súbdito y haréis lo que se os ordene!
—¡Ya se lo advertí en su momento!¡Ahora ya es demasiado tarde!
El cuervo volvió a graznar.
—¡No es demasiado tarde!¡Podemos pararlo si trabajamos juntos!—ahora pudo escuchar la desesperación en sus palabras.
Sabía que harían lo que fuera por recibir su ayuda. Incluso utilizar la magia contra él. Obligarle a hacer algo que no quería. Algo que había estado evitando todo este tiempo.
En ese momento tomó una decisión. Subió a la torre y abrió su arcón. El cuervo apareció de nuevo por la ventana, volando veloz hacia el mago.
—No puedes impedirmelo—susurró.
El cuervo salió graznando a la luz azul de la luna de primavera. Abajó escuchó un grito y después la puerta de la entrada abriéndose de par en par. Si que era poderoso ese Eneis, pues con su magia pudo acabar con sus hechizos de protección sin siquiera pestañear.
El cuervo volvió cuando el mago sostenía entre sus manos un pequeño envase con un líquido negro.
Otro graznido.
—¡No podrás impedírmelo!¡ni tampoco tu querido Eneis!
Cuando se lo iba a beber el animal se lanzó sobre él y tiró el frasco al suelo, pero ya era demasiado tarde, parte del líquido había caído sobre la lengua del mago y empezaba la transformación.
Eso era lo último que hubiera querido hacer pero no le quedaba más remedio. Escuchó a Eneis tras la puerta, la tiraría abajo solo con un soplido pero no ahora no podría contra él, contra su nuevo ser.
Eneis echó la puerta abajo justo cuando el mago ya se estaba convirtiendo en dragón, en un inmenso dragón negro. Tan grande como la habitación de la torre.
Su metamorfosis terminó con fuego, dejando el cuarto en llamas.
Ya nada ni nadie podría contra él. Sus escamas eran duras como el acero y su fuerza podría contra mil ejércitos, su fuego podría acabar con millones de árboles y su poder era más grande que el de ningún mago vivo.
Eneis intentó dormirle con un hechizo pero lo único que consiguió fue que el poderoso mago, ahora dragón, le lanzara contra la pared con la cola mientras que el cuervo volaba a su alrededor graznando. Ya le daba igual. No seguiría sus órdenes nunca más.
Después de destrozar la torre salió volando hacia la luna azul para ser libre, para no volver. Escuchó gritos a su espalda pero no escuchó, ahora era un poderoso dragón y siempre lo sería. Viviría mil años en aquella forma animal gracias a la la luna gris, la luna del cuervo.
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