El vigésimo quinto día | Cuentos breves #7

Casi no llego a este nuevo Cuento breve, lo he terminado este domingo por la mañana porque no quería dejar una semana sin uno.
Espero que te guste y que no te importe que lo haya escrito deprisa y corriendo este mismo día.
¡Muchas gracias por leerme!
El vigésimo quinto día
Acaba de oscurecer. Otro día más. Ya hemos pasado aquí encerrados veinticinco días. Veinticinco días sin ver la luz del sol, sin respirar el aire de exterior, sin salir a caminar por el campo, sin ver a otros seres humanos.
Se que han pasado veinticinco días por que tenemos una pequeña rendija por la que se cuela un rayo de luz y cada vez que oscurece dibujo una línea en la pared con un cúter que llevaba en el bolso. El sol sigue brillando cada día ahí fuera y nosotros estamos en la oscuridad. Si seguimos mucho más tiempo en este lugar voy a volverme loca. Pero no podemos salir, lo tenemos prohibido.
Somos once personas, entre ellos hay una niña pequeña que llora a todas horas, a pesar de los intentos de su madre por animarla, jugar con ella y cantarle canciones para calmarla. Algunos la gritan cuando se pone a llorar y ella llora todavía más. Está asustada, no entiende lo que pasa. Ninguno de nosotros lo entiende. Ninguno de nosotros sabe nada.
Cuando todo empezó iba con dos amigas, a saber dónde están ahora, espero que estén bien. Lo deseo de corazón. Pero algo en mi interior me dice que no sobrevivieron a la primera noche.
Se nos había estropeado el coche y nos acercamos a una granja cercana porque por esa zona no había cobertura y necesitábamos llamar a una grúa. En la granja se había ido la luz y no había línea telefónica. Los granjeros fueron muy amables y nos dieron leche recién ordeñada y unos huevos revueltos.
Nos dejaron quedarnos aquella noche pues no teníamos ningún lugar al que ir. No había ningún pueblo cera. Mi amiga Lucía estaba empezando a ponerse nerviosa, decía cosas sin sentido y que debíamos huir, que corríamos peligro. Yo creía que hablaba de los granjeros, que nos querían matar, no, lo que dijo fue ‘sacrificar’. Yo no entendía nada.
Estábamos en el granero cuando escuchamos un ruido a lo lejos, fue como un grito metálico, algo que jamás había oído antes. Lucía salió corriendo y Elena tras ella. Yo salí después y vi a los granjeros mirando al cielo. Lo que vi me dejó sin aliento. Era algo que nunca había visto antes. Unas luces muy brillantes que iban a gran velocidad y emitían ese ruido metálico que hacía que me doliera la cabeza. Me tapé los oídos. El ruido era cada vez más intenso y creía que me iba a explotar el cerebro.
A lo lejos había un incendio, veíamos la luz de las llamas como si fuera el fin del mundo.
Lo siguiente que recuerdo es estar bajando al sótano con la familia de granjeros, eran cuatro más los dos trabajadores que vivían con ellos.
El lugar era húmedo y oscuro pero tenían cuatro camastros, mantas, linternas, unas escopetas, una radio y comida enlatada para varios meses. Lo había preparado la mujer después de escuchar en la iglesia algo sobre el juicio final.
La radio emitió una emisora local por unos minutos, en ella, una mujer explicaba que debíamos mantenernos alejados de las ventanas, por lo que los jóvenes granjeros cubrieron las estrechas ventanas del sótano con unos maderos sobrantes del granero, que no hiciéramos ningún ruido, que no saliéramos a no ser que fuera imprescindible y que nos mantuviéramos unidos pasara lo que pasara. Después de aquello la conexión empezó a emitir un sonido metálico, similar al que habíamos escuchando la noche anterior.
Estábamos aislados pero podíamos escuchar explosiones a lo lejos, veíamos el reflejo de las luces pasar a toda velocidad por las noches. Yo quería salir a por Lucía y Elena pero los granjeros me aseguraron que salir era la muerte. Yo no podía parar de llorar.
Esa noche nos quedamos vigilando y a la mañana siguiente salimos a comprobar los daños y ver si funcionaba el teléfono. Los campos de maíz estaban calcinados, y a lo lejos el incendio seguía su curso. El aire tenía un olor extraño, a podrido.
Los animales estaban muertos. Pero parecían más podridos que quemados. Cubiertos de gusanos y larvas.
Ese mismo día aparecieron la niña con su madre, huían de algo. Algo horrible según la madre y un monstruo según la niña. No fueron capaces de decir nada más.
Yo estaba preocupada por mis amigas, así que cuando los hijos de los granjeros fueron a por ayuda les dije que las buscaran, que no podían estar muy lejos. Ellos me aseguraron que harían lo que pudieran pero no volvimos a verlos.
Siete días después apareció una familia de cuatro miembros, el abuelo, la madre y dos adolescentes. Estaban en shock. No sabían que es lo que se había llevado a su padre. No sabían decir si era orgánico o mecánico, pero era un monstruo con tentáculos. No dejaban de llorar en silencio.
Nos pasamos el día en silencio o hablando en susurros hasta que alguien explota y lo paga con la pobre niña, comiendo judías enlatadas calentadas en un hornillo, buscando señal en la radio o en los teléfonos móviles. Esperando una respuesta, una salida a toda esta locura.
Han pasado veinticinco días desde que escuchamos ese ruido lejano, desde que vimos las luces, desde que mis amigas desaparecieron.
No sabemos lo que está pasando ahí fuera.
Y puede que nunca lo sepamos.
Un momento, están llamando a la puerta del sótano ¿Será ayuda militar? ¿O más refugiados?
Nadie se mueve de su sitio, nadie hace ningún ruido. Nos miramos en la oscuridad. Puedo oler el miedo, el suyo y el mío.
La puerta se abre con un chirrido.
¡No! ¡No es posible…!
Fin
0 comentarios