Cuentos breves #32 | El reverendo y el diablo

Publicado por Aran en

Nuevo cuento breve, en esta ocasión podría haberlo alargado más pero creo que lo haré próximamente, de momento se quedará como cuento breve.

Es una historia sencilla que espero que te guste.

¡Muchas gracias por leerme!

Cuentos breves: El reverendo y el diablo
Photo by Stefan Ringler on Unsplash
El reverendo y el diablo

El reverendo entró en nuestro pequeño salón como si hubiera visto un fantasma, estaba pálido, sudoroso y con los ojos como platos. No era capaz de decir una palabra con sentido, hablaba de forma rápida y atropellada y caminaba por la estancia dando vueltas y más vueltas. Le pedí que se calmara y que se sentara al calor de la chimenea mientras le prepara un té. 

—¿Estás sola? —preguntó cuando le llevé el té caliente. 

—Mi hermano está durmiendo arriba, hoy no se encuentra bien. 

—Bien, bien, bien. Entonces hablaré en susurros. No debe enterarse nadie. Nadie ¿Me entiendes? 

Se levantó bruscamente y se dirigió hacia la salida.

—Lo mejor es que lo veas por ti misma. 

El hombre estaba muy desmejorado, con ojeras y barba de tres días. Ella nunca le había visto así y se asustó ¿Y si se había vuelto loco? ¿Qué quería enseñarle? 

Ella dudó, se quedó parada pensando si debía fiarse de aquel hombre a pesar de que le conocía desde que era una niña, la había bautizado y dado su primera comunión, también la casó con el amor de su vida y estuvo en su funeral. Había formado parte de los momentos más importantes de su vida, tanto felices como trágicos, siempre con un sabio consejo, una sonrisa o una palmada en el hombro. Siempre amable. 

Le miró a los ojos y vio el dolor y la tristeza en ellos. Se preguntó que estaría pasando por su cabeza. 

—Entiendo que desconfíes —respondió—Pero eres la única persona en la que yo puedo confiar. Necesito tu ayuda. 

Ella miró hacia las escaleras y luego otra vez al reverendo. Respiró hondo y se dirigió a la puerta, descolgó el abrigo y se abrió camino a través de viento, siguiendo los pasos de aquel hombre. 

Se dirigieron hacia la pequeña iglesia, de color blanco, en la que había pasado tantos buenos momentos y a la que no había vuelto desde el fallecimiento de su esposo. 

Se paró en la entrada, tenía una corazonada.

—Antes de entrar, dígame lo que pasa reverendo. 

—No me creerás hasta que lo veas con tus propios ojos. 

—¿Ver el qué?

El reverendo no dijo nada, abrió la puerta y entró a la calidez de la pequeña iglesia. Había varias velas encendidas por lo que las sombras ocupaban la mayor parte de la estancia, sombras que parecían moverse. 

—Está abajo. En las catacumbas —dijo el reverendo sosteniendo un candelabro. 

Ella quería darse la vuelta, volver a su hogar y abrazar a su hermano. Aquello no había sido buena idea, pero en lugar de huir siguió al reverendo hasta el altar, allí retiró una tabla del suelo y bajaron por unas escaleras oscuras hacia el otro mundo. Las catacumbas eran un laberinto de piedra, más antiguo que el pueblo donde vivían y cuya leyenda decía que te llevaban directamente al infierno. 

—Le encontré hace una semana. Llevaba mucho tiempo buscándole. Es mi deber mantenerle ahí abajo, donde no pueda herir a nadie. 

—Debería avisar a alguien…

El reverendo se dio la vuelta, solo podía ver sus facciones deformadas por la luz de las velas. 

—No hay nada que hacer. Nadie puede hacer nada por él. 

—¿Y yo sí? 

El hombre siguió hasta que llegaron a una habitación en la que había varias calaveras apiñadas mirándoles con sus ojos vacíos. 

—No le mires directamente a los ojos, no te dejes engatusar por sus palabras.

Al principio no vio nada, a pesar de la luz de los candiles allí la oscuridad era más profunda que en la superficie. Cuando sus ojos se acostumbraron no podían creer lo que estaban viendo, allí había un hombre sentado en el suelo, atado a la pared con cadenas. 

—¿Quién eres?

El hombre no dijo nada, se limitó a mirarla con unos ojos vacíos e inexpresivos como los de las calaveras. Aunque después sonrió ligeramente, tenía una sonrisa malvada, maquiavélica, a pesar de su aspecto frágil y aniñado. Estaba en los huesos y llevaba ropa vieja y rota. Allí abajo hacía mucho frío pero ese hombre parecía desprender calor. 

—¿Qué ha hecho este hombre para que lo tenga atado de esta manera, reverendo? 

—¿Es que no lo ves hija mía?

—¿Ver qué? 

—Ese hombre que está ahí sentado es el mismísimo diablo. 

Fin


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